El Subterráneo


i.

Lucila abrió los ojos inquieta aquella mañana. Miró la hora: ¡Era muy tarde!

Se levantó, y rápidamente se dio una ducha breve. Desenredó su rebelde y enrulada cabellera, se colocó una crema anti friz, luego, sin pensarlo demasiado, eligió un solero de algodón, el día se avecinaba caluroso. Completó con zuecos con plataforma. Se maquilló mientras tomaba un café expreso, un toque de base, delineador azul, y rouge. Lucila estaba lista.

Salió a la vorágine matutina de la urbe. Corrió más que caminó hasta la Avda. Corrientes.

Esa mañana Almagro se veía extraño. Mas Lucila no tenía tiempo para reflexiones. Bajó rápidamente las escaleras del Subte B, precisamente en la estación Ángel Gallardo. Pasó la ficha por el molinete. ¿Cuándo remodelarían aquellas últimas terminales del Ramal que corría bajo Corrientes? Claro, no era lo mismo que Carlos Pellegrini, que tenía pase al resto de la red subterránea de la ciudad.

Pero Ángel Gallardo quedaba en Almagro, y Almagro no era precisamente un barrio relevante para las autoridades gubernamentales, por lo cual, la remodelación de esas últimas estaciones debería esperar algún tiempo, quién sabe.

En sus cavilaciones se encontraba Lucila, cuando un estruendo que se hacía cada vez más fuerte, anunciaba la presencia del tren, ahora las luces aparecieron desde los fondos de túnel, cual ojos anunciadores.

El tren se detuvo exactamente a la altura del sexto vagón ante Lucila, y la puerta se abrió. Ella subió, y se resignó. No quedaban asientos libres, por lo que se asió de una de aquellas manijas, cerró sus ojos, y el tren arrancó.

ii.

Lucila estaba cansada. El tren iba recogiendo multitudes a su paso por Medrano, Agüero, Pueyrredón, Pasteur, Callao….

No cabía un solo alfiler en los vagones, y Lucila estaba en sándwich con dos caballeros. Uno, alto, vestido de traje, que no paraba de hablar por celular, olía a Ralph Lauren, pero ese aroma exquisito contrastaba con el de su otro vecino de pasillo de tren, se trataba de un vendedor ambulante, Lucila lo había intuido por la cantidad excesiva de bolsos, y sus rasgos andinos. Seguramente, se instalaría en algún puesto callejero a la altura del micro centro porteño. Estaría horas, quizá para vender una cantidad de mercadería que podría ser contada con los dedos de sus manos. Quizá, se le antojó a Lucila.

El tren se deslizaba por un túnel sin sorpresas, Lucila se dirigía a Leandro N. Alem. Sus vecinos por momentos la comprimían hasta sentir claustrofobia, es que todos acompasaban el movimiento de la máquina.

iii.

El tren frenó en seco. Lucila miró, pero estaban en la mitad del túnel.

“Recibimos un aviso de detenernos, aguarden tranquilos que seguramente en breves instantes retomaremos la marcha” – anunció una voz desde un altoparlante.

Lucila no pudo evitar sentirse contrariada. ¡Justo ahora que ya iba llegando tarde! Pero nada podía hacer, más que esperar, y como sardina en lata, puesto que el vagón estaba repleto.

Habían transcurrido unos quince minutos, cuando nuevamente el altavoz hizo un sonido, y Lucila tuvo la esperanza de que la marcha proseguiría.

“Estimados pasajeros, nos informan que hay un incidente en el ramal A, por lo que se derivarán los trenes, les pedimos calma, aún estaremos detenidos por unos minutos más, agradecemos vuestra comprensión”- anunció la voz del alto parlante.

iv.

-¡Hoy llego a casa con las manos vacías!- repuso de repente el hombre de rasgos andinos.- No se preocupe, no creo que estemos detenidos mucho tiempo más- respondió Lucila. – Esperemos que así sea- ¿De dónde es Usted, señor? – Soy cuzqueño, señorita. – Con mis amigas pensábamos ir el año próximo, Ud. sabe, Machu Pichu - ¿Cuál es su nombre? – Lucila, ¿ y Ud. cómo se llama?- Me dicen Malinche.-Encantada, Malinche, no se preocupe, no creo que esto pase a mayores-¿Así que van a ir al Cusco?- Si, Machu Pichu, la ciudad perdida de los incas.- Tenemos zonas muy bonitas, si quiere puedo recomendarle algunos lugares- Como no, tiempo es lo que nos sobra- Yo soy de Chincheros, es muy pintoresco, allá los míos hacen estas prendas- ¿Puedo?- Malinche hizo malabarismos y sacó un bello sweater- Mire la calidad de la lana, es vicuña pura- ¡Una belleza!- Sabe, tuvimos que venir a la Argentina, yo llegué primero, y se vende bien, más que en El Cusco, allá son todos turistas, y somos muchos los que intentamos, pero acá, yo tengo un puestito en Florida, y no sabe, Lucila, al menos tengo la certeza de que uno por día, vendo - ¿Y no extrañás, Malinche? – Claro, mis montañas, el altiplano, pero no me puedo dar ese lujo. - ¿Tenés hijos? – Cuatro. Pero acá van a la escuela. – Está bien que los mandes a la escuela, Malinche – Yo aprendí a leer de grande, y me fue difícil, y mi señora no quiere, pero por suerte los chicos ya saben todos, acá en Buenos Aires están mejor, allá estarían acompañando a la madre en la plaza principal doce horas por día- Claro- Un gusto, Lucila, y cuando vaya al Cusco, no se pierda el atardecer en Chincheros, no se va arrepentir- Lo voy a tener en cuenta…

v.

Había pasado una hora. El caballero alto ya había hecho todas las llamadas a través de su Palm, aún olía a Ralph Lauren. -¿Cómo te llamás? – le preguntó – Lucila, ¿vos?- Patricio. – Un gusto- Igualmente. ¿Sabés, tenía que estar para concretar unas importaciones con una gente que venía de China, pero ya perdí toda esperanza, hace rato debería de haber llegado, te confieso que estoy empezando a preocuparme porque ya pasó una hora. – Yo también estoy empezando a preocuparme- repuso Lucila. – Tenés cara de cansada – Es que me desperté tarde, e iba muy apurada - ¿Qué hacés? – Trabajo en una empresa de software, hoy teníamos que hacer las últimas pruebas para implantar un sistema en el Banco General de la Nación- Yo compré un programa de unos uruguayos, y realmente no me da demasiados problemas, de todos modos siempre viene una persona una vez por mes para hacer el mantenimiento – Vos también tenés cara de cansado, trabajás mucho- ¿Te digo la verdad? Trato de llegar a casa lo más tarde posible. - ¿Y eso por qué? – Las cosas están mal con mi mujer, en realidad estoy harto. - ¿Tenés hijos? – Si, cuatro. - ¿Y no los extrañás? – Sí, pero no tengo paciencia, cada vez que llego ella me está esperando con reproches, y reclamos- ¿Y no será un poco egoísta tu postura? – Si, es el tema que estoy tratando con mi analista - ¿Y no consideraste la idea de divorciarte? – Sabés, Lucila, somos animales de costumbres, yo llego a casa, está todo listo, los fines de semana juego golf con los vecinos, y hacemos asados. -¿Dónde vivís? – En un country nuevo cerca de Martínez. – Entiendo – Me vengo con el coche, lo dejo en el garaje de la empresa, y me muevo en subte- ¿Y cuántos años hace que te casaste? – Veintiuno- ¿Y estás enamorado de tu mujer? – Ya no, supongo que en todos los matrimonios pasa eso, la rutina, el desgaste, ¿vos estás en pareja?- Estaba. Dejamos hace un año, porque teníamos proyectos diferentes. – Bueno, si logramos salir vivos de acá, ¿te puedo invitar a un café?- Si, podés.

vi.

“Estimados pasajeros, lamentamos informarles que se produjo un corte de energía, así que se procederá a la evacuación, estén preparados, porque tenemos que sincronizar que el túnel no se sature, permanezcan tranquilos” – anunció la voz desde un altoparlante.

Lucila se aterró. Patricio le dio la mano. – Oíme bien, cuando abran las puertas, no te sueltes de mi mano- Si, si- Mija, le deseo suerte- habló Malinche- También para vos, y todo va ir bien para vos y los tuyos, y te aseguro que vas a poder volver a Perú- Gracias, mija.

Asidos de la mano, Lucila y Patricio quedaron en penumbras. La gente que estaba en los vagones quería ir hacia la puerta de emergencia, pero como no se organizaban, estaban todos trabados. El corte de energía había llegado a ese tren, y a esa parte del túnel. – Quedate tranquila, y no me sueltes – le dijo Patricio. –Me falta el aire- Sí, hace mucho calor.

La multitud estaba desesperada. Comenzaba a llegar por el túnel un vaho primero tibio, pero se estaba calentando rápidamente.

¡Fuego!- gritó alguien. Aterrados todos, veían como por los confines del túnel lentamente se acercaba la llama.

¡Ayuda! ¡Moriremos calcinados! – gritaba la gente.

Lucila sintió calor, y más calor, y luego, se desplomó.

vii.

Lucila abrió los ojos. Estaba en una especie de cueva. Se sentía muy mareada y hacía un calor insoportable. La tierra se movía. Antes que tuviese tiempo de reaccionar, apareció un nombre vestido con un traje suntuoso, una faja dorada a la cintura, y unos aros de metal en sus muñecas. Lucila miró alrededor, y miles de seres hicieron una reverencia al hombre vestido con el traje suntuoso. Lucila los observó, porque todos se movían al unísono, lo cual llamó poderosamente su atención. Subían un brazo, y lo hacían todos. Hacían una reverencia, también todos. El conjunto además, estaba formado de modo militar, y las distancias entre unos y otros eran exactamente iguales.

“Presten atención” – Lucila se sorprendió. ¡Se trataba del mismo altavoz del subterráneo! Todos hicieron nuevamente una reverencia.

Lucila se acercó a uno de esos seres. Su sorpresa fue mayúscula. En el lugar de los ojos tenían un rayo láser azul. ¡Eran robots! Robots perfectos.

-¿Me escuchás? – le dijo a uno de ellos.

Nada. Evidentemente, los robots no estaban en sintonía con Lucila. Antes de que tuviera tiempo de reaccionar, una mano la tomó.

Ese contacto le sonó familiar. Lucila aterrada giró la cabeza. Quien le hablaba era el hombre vestido con el traje suntuoso, de faja dorada en la cintura y aros de metal en sus muñecas.

-¡Por favor, no sé cómo llegué hasta acá! ¡Por favor, no me hagas daño!

-Te pregunté hace un rato si podía invitarte a salir, y dijiste que sí.

- ¡Patricio! – dijo Lucila.

-No es ese mi verdadero nombre. No deberías ser tan confiada.

-¿Qué me vas a hacer? – repuso ella aterrada.

-Si seguís mis instrucciones, no te pasará nada.

Lucila asintió con un movimiento de cabeza.

-Vamos a rotar el hierro fundido del núcleo para producir un cambio de polaridad.

Lucila escuchaba aterrada.

-Queremos destruir la tecnología que desarrollaron los hombres; no somos enemigos de la vida orgánica.

-¿Vos qué sos?

-En su momento lo sabrás.

-¿Y cómo vas a hacer para destruir la tecnología?

- En el cambio de polaridad que intentamos realizar es muy importante el período de transición. La Tierra ser verá sometida a pulsos electromagnéticos solares. Estos pulsos no son malos para la vida orgánica, y sí para la tecnología. Van a generar corrientes parásitas en los circuitos electrónicos de mucha intensidad. De ese modo todos los circuitos integrados del planeta van a quedar chamuscados.

-En realidad, no está mal.

-¡Claro que no! ¿No ves que el mundo está podrido por la tecnología, y se están consumiendo las reservas naturales, los acuíferos, y se están extinguiendo las especies poco a poco? El mundo está siendo presa de una Inquisición Tecnológica y eso es lo que intentamos combatir.

-¿Cómo sé que puedo confiar en vos?

-Eso no te lo puedo decir. Es un sentimiento que está en vos.

-Confío.

Anna Donner Rybak © 2010
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